Terapia Grupal

Terapia grupal

Que es la ansiedad
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Todos los días que estuve con ansiedad buscaba soluciones, pero de una manera angustiosa, porque realmente no hacía nada, sólo esperaba que la ansiedad se quitara tal y como había venido… sin ningún esfuerzo por mi parte.

Ya llevaba un año de ansiedad y lo único que hacía cuando me venía un ataque de pánico era coger el teléfono y llamar a alguien para intentar distraer mi mente.

Parte III – Capítulo 13

La primera desazón vino con las llamadas…ya no me servía hablar con cualquiera porque me sentía incómoda si mi interlocutor/a, en su afán de ayudarme, hacía comparaciones.

Lo bueno, es que mi Fuerza Interior, se estaba desperezando y comenzaba a mandarme mensajes para que tomara las riendas de mi propia curación, había llegado el momento de aceptar la invitación que me hizo la doctora para asistir al grupo de terapia para la ansiedad relajación.

Aquella tarde, al salir de la consulta de mi doctora, me pareció buena su propuesta, ya que con el libro de yoga que me había comprado, no conseguía los resultados que yo quería. Me apetecía probar otras técnicas de relajación.

Bajé las escaleras y me puse en la fila donde se pedían las citas, mi mente se puso a trabajar en seguida:

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-«Se lo digo en voz baja para que nadie se entere…pero… ¿qué le digo? ¿que me dé hora para la asistente o para el grupo de relajación?».

Antes de que mi cerebro soltara amarras de ansiedad, llegué a la ventanilla:

-“Hola, la doctora me ha dicho que hay un grupo para que la gente que tiene… bueno … o sea … necesito cita para ver a la asistente social”. – Espero que no me pregunté para qué quiero verla.

La chica de recepción, agachó la cabeza y después de varios segundos me alargó un papel con el día y la hora de la cita. Me despachó enseguida gritando: -«siguienteeee» – En cuanto llegué a casa llamé a mi madre para que me acompañara, no quería ir sola:

-“Mamá? El lunes de la semana que viene me han dado cita para que vaya a hablar con la asistente social que lleva un grupo de relajación. Te vienes, ¿verdad?” .

-«Sí, hija!!! A ver si consigues relajarte un poco. Se lo digo a tu padre. ¿A qué hora tienes que estar?».

-«A las 9:30 mamá».

Lunes, 9:25 de la mañana, allí estaba yo, sentadita en una de las sillas de la sala de espera, totalmente vacía. Sólo mi madre a mi lado. El corazón me iba a cien por hora, estaba nerviosa, ansiosa y deseando salir sin haber entrado. La puerta se abrió y asomó una cabeza por ella:

– “Buenos días, estás citada, verdad? Pasa tú sola, por favor”

– “Vale” – dije mientras dejaba el bolso, el abrigo y a mi madre en aquella sala de espera tan fría. Cerré la puerta al entrar.

Sentada detrás de su escritorio, con una hoja en blanco y un bolígrafo en la mano, Luisa, la asistente social, me hizo un gesto para que tomara asiento y empezara a contar porqué estaba allí:

Respiré hondo: -“Mi doctora de cabecera, me ha dicho que hay un grupo por las tardes donde se enseñan ejercicios de relajación… yo es que tuve un ataque de ansiedad hace tiempo… además estoy tomando ansiolíticos… bueno es una dosis muy baja, porque estoy muy estresada por el trabajo… ella pensó que me podría ayudar…”.

Tras varios minutos de preguntas y respuestas, Luisa, empezó a contarme los entresijos del grupo al que yo quería apuntarme, horarios y duración total. Resultó que se daba por las mañanas no por la tarde como me habían dicho. Aquello era un contratiempo, yo trabajaba ¿qué le iba a decir a mi jefe?. Me desconecté maquinando excusas:

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-«Tengo que hablar con él, a ver qué le cuento, son casi dos meses, llegando dos días a la semana más tarde… ufff!. LA ESPALDA!!! ¡claro!… le pondré como excusa la fisioterapia por los dolores de espalda».

En aquel preciso instante, la asistente social, hizo un pequeño gesto, que me hizo volver a escena: ‘miró la hora’. Mientras ella me hablaba estaba mirando su reloj!!!

– «Mmm!» – de nuevo paseaba por mis pensamientos – -«¿Le preocupa el tiempo o es que le aburre lo que le estoy contando? Esto es una señal para que me levante y me vaya,.

No hizo falta, fue ella la que se levantó de la silla, dando por finalizada la conversación con una frase de despedida:

-«…pues entonces nos vemos a mediados de febrero que es cuando se hace una vacante, ¿de acuerdo?, recuerda lo que te he dicho de los pies».

-«Sí, claro, lo recordaré» -le dije mientras salía por la puerta de la consulta. Aquello no tenía vuelta de hoja, acababa de confirmar la cita a pesar de mis propias reticencias.

En la sala estaba mi madre, ya de pie, con mi abrigo y el bolso de la mano:

-«Qué te ha dicho?, hija».

– «No te lo vas a creer, ¡¡¡QUE ME LAVE LOS PIES!!!»

-!¿Qué dices, hija?» – la voz de mi madre era de absoluta incredulidad.

La cogí del brazo, mientras bajábamos las escaleras:

-«Venga, te lo cuento de camino al coche, mamá, porque no sé exactamente donde me he metido».

Recuerda que… la ansiedad se cura


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«Algunas tildes han sido omitidas intencionadamente»

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